Después del bombardeo de duras imágenes a la que los medios de comunicación nos han sometido estos días, me quedo con un artículo de Jacobo García.
Y con el rostro de un crío de ojos esperanzados.
Y con el rostro de un crío de ojos esperanzados.
Pero no.
Annie tiene un don. Sus fotografías, de las que el documental se servía continuamente, intercalándolas con entrevistas y tomas sobre un reportaje fotográfico que Annie realizaba en la actualidad, eran auténticas joyas. Sobre todo las imágenes de su primera época en Rolling Stone, en las cuales sabía captar la esencia de un montón de estrellas del rock que aparecían desnudos de alma delante de su objetivo. ¿Su secreto? Decían que era pasar desapercibida y estar todo el día tomando fotografías, hasta que los sujetos de sus fotos olvidaban que ella estaba allí.
Pero lo que más caló en mí de todo el reportaje era las pistas que nos daba de su relación con Susan Sontag. Susan siempre empujó a Annie a que su trabajo tomase un rumbo, digamos, menos frívolo. Y, viendo las imágenes de Annie y escuchando las palabras que los que las conocieron a ellas dos juntas les dedicaban, supe porqué. Susan, sin duda, entendió que Annie tenía este don. Y saber de la naturaleza de su relación, con Susan impeliendo a Annie a ser mejor, a encontrar su camino, daba al reportaje y a la figura de Annie otra dimensión, y te ayudaba a ver sus obras con otros ojos.
La he dibujado a ella, a Annie, la que siempre se encuentra detrás del objetivo. Ella, quien decía que después de tantos años tomando fotografías, sentía a veces que no había vivido realmente, pues tan sólo había retratado las vidas de los demás.