Estos días he estado releyendo “El extranjero”, la conocida breve novela de 1942 de Albert Camus. Lo he hecho por recomendación de la profesora de un curso de literatura al que asisto, no por motivación propia. Es curioso empezar a leer una novela con desgana y al volver a oír una voz lejana, como de un viejo conocido, que discurre a través de las páginas, recordar porqué no hubieses vuelto a ella si no te lo hubiesen pedido. Camus, no sólo en “el extranjero” pero muy especialmente en ese libro, me producía una sensación agridulce. Lo leí en mi adolescencia y me sentí azorada por el sentimiento de lo absurdo, de la falta de ética, de la aplastante realidad sin trascendencia que gobierna la vida del personaje. Claro que entonces, cuando lo leí, yo era muy joven y tenía pensada para mí una vida llena de ideales y máximas morales.Han pasado muchos años y ahora, releyendo el libro, he desarrollado un entendimiento no sólo por la sinceridad de la novela, sino por el trasfondo ideológico que Camus sabe darle a cada hecho, trivial o trascendente. Precisamente por la precisión al transmitir un vacío moral que ahora veo con mucha claridad. En mi juventud podía intuirlo, formularlo en bonitas palabras, pero no lo podía sentir, hacerme verdaderamente consciente de él.
Camus nació cerca de Argelia, donde transcurre la acción de “El extranjero” y con su producción literaria luchó por alejar al hombre de las abstracciones, cualquiera que fueran (desde el cristianismo hasta el comunismo). Curiosamente, buscando fotografías del autor para dibujar, lo conocí riendo, con expresión nada sombría. Me hubiese figurado una estampa más seria, pero sin duda era una idea preconcebida alimentada de estereotipos. Al fin y al cabo, Camus siempre puso énfasis en el hecho de que la existencia humana es mortal, y en la importancia de reconocer ese hecho; en lo absurdo de concederle un sentido a nuestra vida más allá del simple hecho de su existencia. Pero no de forma trágica, sino puramente racional.
Así que lo he dibujado con mueca relajada, casi sonriente. Y con su eterno cigarrillo en los labios, como imagino a Mersault, su personaje en “El extranjero”.

