Sunday 17 August 2008

Guerra

El dibujo es duro, lo sé. Mientras lo dibujaba me tentó suavizarlo, como si una fuerza interior me llamase a hacerlo más lírico y menos inmediato, pero me parecía casi obsceno no mostrar el sufrimiento de un ser humano porque duele en el alma de quien lo dibuja, o de quien vea la obra acabada. Mis trazos se han revelado enérgicos, casi rabiosos. No me he sentido cómoda dibujando, pero si obligada a hacerlo.
Encontré la foto en el periódico hace unos días, en una fotogalería, y al no estar relacionada con un artículo concreto no sé donde está tomada, ni qué ofensiva provocó la desesperación de esta anciana, acurrucada, herida en el suelo. Pero no me importa, porque las guerras son guerras, siempre lo han sido y siempre lo serán. No hace falta remontarse a la guerra de nuestros abuelos – esa guerra fratricida –, a las atrocidades en las trincheras de la primera guerra mundial, los campos de exterminio de la segunda… las guerras siempre se cobran vidas y se nutren de la desesperación, del odio, del rencor nacido del miedo. Por eso no voy a hablar de esa guerra en Georgia con la que los medios de comunicación llenan sus páginas de agosto. No es la única que acontece en estos primeros años del siglo XX. Otras más se desarrollan impúdicamente, aunque no sea en suelo europeo. Tan solo voy a dejar un testimonio singular en forma de dibujo. Las tragedias, cuando navegamos en las particularidades de una persona en concreto (aunque sea una anciana anónima), siempre nos parecen más reales. Supongo que se deberá a un sentimiento de empatía, inconscientemente calibramos que algo tan terrible como una guerra podría pasarnos a nosotros, y entonces empezamos a comprender el sufrimiento de otras gentes.
No creo que la historia de la mujer que he dibujado acabase bien. Quizás ya esté muerta. Y me encoge el corazón saberlo, casi avergonzándome de apropiarme de su rostro desencajado para expresar mi particular testimonio contra una guerra, contra cualquier guerra.

Wednesday 6 August 2008

Vislumbres de la India (II) - Ananda Mai

En mi anterior post escribía sobre el libro “Vislumbres de la India”. No quise incluir en él el fragmento que más me gustó, porque consideré que merecía un post aparte. Es una anécdota sencilla y a la vez profunda y lúcida. En 1963 el escritor recibió un telegrama donde se le informaba que le concedían el premio de poesía Knokke le Zoute. Octavio dudaba sobre aceptar el premio o no, porque para él la poesía era un acto íntimo, en sus palabras “un culto secreto, oficiado fuera del circuito público”. Si (también según sus palabras) los premios eran públicos y los poemas, secretos…debía aceptar el premio? Se encontraba en ese dilema cuando su amiga la novelista y ensayista Raja Rao, cuestionada en busca de consejo, le indicó que conocía a alguien quien, según ella, podía ayudarlo. El día después lo llevó a un ahsram (lugar de retiro y meditación) en las afueras de Delhi. El director espiritual era una mujer de mediada edad de ojos y pelo negrísimos, a quien Raja Rao ya le había contado el problema del escritor mexicano. Se llamaba Ananda Mai. Ananda le lanzó una naranja, casualmente, a modo de juego. El escritor la cazó al vuelo. Entonces, le regaló las siguientes palabras:“Sea humilde y acepte ese premio. Pero acéptelo sabiendo que vale poco o nada, como todos los premios. No aceptarlo es sobrevalorarlo, darle una importancia que tal vez no tenga. Sería un gesto presuntuoso. Falsa pureza, disfrute del orgullo… El verdadero desinterés es aceptarlo con una sonrisa, como recibió la naranja que le lancé. El premio no hace mejores a sus poemas ni a usted mismo. Pero no ofenda a los que se lo han concedido. Usted escribió esos poemas sin ánimo de ganancia. Haga lo mismo ahora…. Lo que cuenta no son los premios sino la forma en que se reciben. El desinterés es lo único que vale….”
Como correspondiendo a semejante regalo, el escritor nos deja un presente igualmente hermoso: la descripción de Ananda. En la Web encontré una vieja fotografía en blanco y negro que podría ser ella; pero yo la he dibujado a color, guiándome más por las palabras de Octavio que por la vieja imagen. Ha sido leyendo la descripción cuando he sentido la personalidad que la fotografía inicial no me había acabo de transmitir, y la que me ha permitido acabarlo. Como siempre, la he dibujado con humildad, sin más pretensiones que seguir la llamada interior de plasmar una visión que las palabras del genial autor mexicano me evocaban. No sé si la mujer de la fotografía era Ananda, pero para mí, el dibujo sí lo es. Como colofón no sólo os dejo el dibujo, sino la descripción de Octavio. Imágenes y palabras.
“Una mujer de unos cincuenta años, morena, el pelo negro suelto, los ojos hondos y líquidos, los labios gruesos y bien dibujados, los hoyos de la nariz anchos, como hechos para respirar profundamente, el cuerpo pleno y poderoso, las manos elocuentes.”