Sunday 27 July 2008

Vislumbres de la India

Este fin de semana ha caído en mis manos el libro del premio Nobel mexicano Octavio Paz “Vislumbres de la India”.
Se trata de un ensayo que, según él, no pretende describir exhaustivamente la infinidad de aspectos que componen la cultura, historia, política o sociedad india, sino dar una visión general de esas áreas desde el amor que el escritor profesa al país. Pese a ello, el nivel de profundidad del libro en algunas áreas es más que notable. Además, su escrito está trufado de sus experiencias e impresiones de sus diferentes estancias en el gigante país asiático, que añaden amenidad al relato (Octavio Paz fue embajador en ese país desde el 1962 al 1968).
Personalmente ha sido muy interesante leer lo que en el libro se cuenta, más si se tiene en cuenta que en mi entorno de trabajo más inmediato hay 3 personas indias, y aún así soy una completa ignorante de la cultura de la que provienen.
Leyendo las descripciones que hace Octavio del país, detalladas evocaciones de sus recuerdos sensoriales y intelectuales, he sentido que compartía algo con el autor. He plasmado en dibujos los rostros de la India en múltiples ocasiones. Siempre he sentido algo especial e indescriptible al trazar con mis lápices de colores los rasgos de un expresivo niño de la calle de Bombay o una niña mojada por las lluvias del monzón. Este fin de semana, leyendo la descripción de los niños indios en las páginas de Octavio, he recordado un dibujo que aunque hace ya muchos años que hice, todavía ocupa un lugar especial en mi corazón: una niña de ojos negros, grandes y acuosos, de piel de azafrán y rostro curioso.
Quizás es ingenuidad, pero es hermoso sentir que pese a la distancia en el país de origen, tiempo, talento o carácter, hay algo que te une con un autor que respetas. A tu manera, y de forma tan oblicua como pueden ser los ecos de un continente y un país lejano.


Saturday 19 July 2008

Exploradores polares

Hace 3 días, el 16 de julio, se cumplían 136 años del nacimiento del explorador noruego Roald Amundsen, mundialmente conocido por ser el primero a llegar al Polo Sur durante una épica y finalmente trágica carrera con el inglés Robert Falcon Scott. Yo supe de la historia por primera vez por una canción de Mecano, y quizás por juventud, o por ingenuidad, cuando escuché la canción y averigüé la historia que contaba, se me antojó un poco trasnochada. Esos hombres con un ideal romántico, el de ser los primeros a pisar el Polo Sur, que sacrificaban su vida en medio de desiertos de hielo sin abandonar ni un solo momento su compostura y modales…. No podía entender bien sus motivaciones o su forma de vida.

Abandoné la historia, aparcándola en algún compartimiento de mi memoria bien archivada, hasta que el año pasado viajé a Oslo. Allí visité el museo del Fram, el robusto barco de madera que Amundsen utilizó en su conquista polar. Y fue en el museo donde me encontré con la fotografía que hoy he dibujado. Me cautivó desde un principio. La mirada del noruego, que a primera vista parece cansada, para después revelarse dura, casi desafiante. Su rostro curtido. El fondo oscuro, negro, como el alma de la Antártica.
He leído después sobre él, sobre las exploraciones polares. He conocido viejas historias plagadas de nombres que no había oído antes: Ernest Shackleton, Harald Sverdrup, o Fridtjof Nansen. Hombres que eran capaces de, pese a estar muriendo, cargarse con hasta 14 kilos de muestras geológicas (como hicieron los miembros de la expedición inglesa). Hombres como Amundsen, que pese a no hablarse con el capitán de dirigible Umberto Nobile y estar públicamente enfrentados, cogió su avión a los 56 años para ir a rescatar al italiano que había estrellado su dirigible en el hielo del continente helado. Amundsen murió en ese rescate y su cuerpo no fue nunca encontrado. No sabría decir bien porqué, pero mi forma de leer esos actos ha cambiado, y me parece entender mejor sus ansias de hacer algo que les superase, o de vivir acorde a unos principios en los que creían realmente.

Acabo este post con el último verso del poema Ulysses, de Tennyson, verso que inscribieron los miembros de la partida de relevo de la expedición de Scott en una gran cruz de madera en el sitio donde encontraron los cuerpos de los expedicionarios muertos: To strive, to seek, to find, and not to yield (Luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás)

Tuesday 8 July 2008

Tristeza en Nueva York

El sábado pasado la joven modelo Ruslana Korshunova se suicidó al tirarse por la ventana de su apartamento en la zona financiera de Manhattan. Tan sólo tenía 20 años, y ya había sido chica de portada en la edición francesa de Elle y en la revista Vogue de Rusia, además de hacer anuncios para Marc Jacobs, DKNY, Vera Wang y Christian Dior.
Seria demasiado fácil volver a constatar, leyendo tan triste noticia, que lo que nuestra sociedad nos vende como la felicidad sublime a la que podemos aspirar – belleza, juventud, dinero, éxito – no es más que un recipiente vacío. La verdadera felicidad tan sólo puede residir en nuestro interior.

Al ver la noticia recordé el cuadro de Frida Kahlo “el suicidio de Dorothy Hale”, pintado el 1938 – hace exactamente 70 años. Dorothy Hale también se suicidó tirándose al vacío desde su apartamento de Manhattan. Dorothy había sido una artista de cabaret, extremadamente bella, que hizo fortuna al casarse. Pero cuando su marido murió repentinamente, la dejó llena de deudas y al borde de la desesperación. Dorothy intentó empezar una carrera de actriz que no arrancó por ser considerada por todo el mundo como demasiado vieja. Tenía 33 años. Cuenta la leyenda que el 20 de octubre celebró una gran fiesta en su apartamento para despedirse, puesto que emprendía un largo viaje. En ella lució el vestido que había comprado con los 1000 dólares que Bernard Buruch, su rico y antiguo benefactor, le había dado con precisas instrucciones: “cómprate un vestido con el suficiente glamour para conseguir marido rico”. Y así la pintó Frida Kahlo, estrellada en el pavimento con el vestido nuevo y el marco del cuadro salpicado de sangre.

Separadas por casi un siglo, unidas por su extraordinaria belleza y por su trágica muerte, así las he dibujado a las dos; juntas, pero separadas. Es fácil dibujar a mujeres bellas, pero doloroso cuando sabes que detrás de sus miradas se escondía un vacío que nadie podía intuir. Lo he hecho en blanco y negro, no podía utilizar colores. No se miran, no encuentran a nadie. Tan sólo miran el vacío.

Ruslana lo tenía todo. Dorothy se vio desesperada al pensar que lo perdería. Pero las dos se lanzaron al vacío en Manhattan.