Sunday 26 October 2008

Albert Camus y “El Extranjero”

Estos días he estado releyendo “El extranjero”, la conocida breve novela de 1942 de Albert Camus. Lo he hecho por recomendación de la profesora de un curso de literatura al que asisto, no por motivación propia. Es curioso empezar a leer una novela con desgana y al volver a oír una voz lejana, como de un viejo conocido, que discurre a través de las páginas, recordar porqué no hubieses vuelto a ella si no te lo hubiesen pedido. Camus, no sólo en “el extranjero” pero muy especialmente en ese libro, me producía una sensación agridulce. Lo leí en mi adolescencia y me sentí azorada por el sentimiento de lo absurdo, de la falta de ética, de la aplastante realidad sin trascendencia que gobierna la vida del personaje. Claro que entonces, cuando lo leí, yo era muy joven y tenía pensada para mí una vida llena de ideales y máximas morales.
Han pasado muchos años y ahora, releyendo el libro, he desarrollado un entendimiento no sólo por la sinceridad de la novela, sino por el trasfondo ideológico que Camus sabe darle a cada hecho, trivial o trascendente. Precisamente por la precisión al transmitir un vacío moral que ahora veo con mucha claridad. En mi juventud podía intuirlo, formularlo en bonitas palabras, pero no lo podía sentir, hacerme verdaderamente consciente de él.
Camus nació cerca de Argelia, donde transcurre la acción de “El extranjero” y con su producción literaria luchó por alejar al hombre de las abstracciones, cualquiera que fueran (desde el cristianismo hasta el comunismo). Curiosamente, buscando fotografías del autor para dibujar, lo conocí riendo, con expresión nada sombría. Me hubiese figurado una estampa más seria, pero sin duda era una idea preconcebida alimentada de estereotipos. Al fin y al cabo, Camus siempre puso énfasis en el hecho de que la existencia humana es mortal, y en la importancia de reconocer ese hecho; en lo absurdo de concederle un sentido a nuestra vida más allá del simple hecho de su existencia. Pero no de forma trágica, sino puramente racional.
Así que lo he dibujado con mueca relajada, casi sonriente. Y con su eterno cigarrillo en los labios, como imagino a Mersault, su personaje en “El extranjero”.

Wednesday 8 October 2008

Käthe Kollwitz

Hacía varios días, demasiados, que no escribía. Razones no me faltaban, pero no son realmente una buena excusa cuando además se ha visitado recientemente el pequeño museo de Käthe Kollwitz en Berlín y se tienen tantas ansias de escribir sobre ello.
Käthe Kollwitz es una estupenda artista bastante popular en su Alemania natal (nació en Königsberg, en la antigua Prusia, aunque si hubiese nacido allí en la actualidad sería ciudadana rusa), pero no demasiado conocida fuera de sus fronteras. Käthe se casó con un médico y se instalaron en Berlín, donde vivió más de 40 años hasta que, al final de la segunda guerra mundial, fue evacuada a Dresde. Su apartamento quedó totalmente destruido en bombarderos posteriores, perdiéndose centenares de dibujos y pertenencias de la artista. Pese a ello, dejó una obra extensa de legado, una obra que aborda como nadie la tristísima época que le tocó vivir. Los desastres de la guerra, el dolor de las madres que pierden a sus hijos, los niños desamparados o el hambre fueron constantes en su oscura e impactante producción.
Käthe perdió a su hijo menor, de 17 años, en las trincheras de Francia durante la primera guerra mundial. Y a su nieto en la segunda. No es de extrañar que durante toda su vida fuese una activista vehemente que denunció la absurdidad de la guerra, y que plasmó a través de incansables series de dibujos no sólo el dolor sufrido durante el conflicto bélico, sino la terrible depresión económica que Alemania sufrió después de su derrota en la primera guerra mundial. Viendo los dibujos de niños hambrientos que Käthe dibujó en la década de los 20 (“No dejéis que Alemania muera de hambre! – escribió en uno) pensé en el posterior ascenso de Hitler y los penosos acontecimientos que siguieron a esa década de crisis, de todos conocidos. Käthe murió unas semanas antes del fin de la guerra. Ni ella ni su marido pudieron ver el fin de esa abominación que se había llevado a su nieto y a millones de personas como él, como tantos otros antes.
En esta ocasión deliberadamente no he dibujado su rostro, porque quería incluir algún dibujo suyo y que su fuerza y su mensaje tomasen la palabra. Quizás algún día me decida a dibujar cómo yo veo a Käthe, una artista que dejó un buen número de autoretratos. Pero eso es otra historia. Hoy quiero hablar del mensaje que ella tanto se esforzó a transmitir; y por eso he elegido el dibujo de una madre buscando a sus seres queridos entre los cadáveres de una batalla. Una linterna en su mano ilumina la oscuridad que reina en esos campos de batalla desolados. ¿Es quizás ella la mujer retratada, buscando a su joven hijo muerto? No importa. Para mí, Käthe Kollwitz retrató como nadie la tragedia alemana del siglo XX, y a través de ella el dolor de la guerra.