
Después del bombardeo de duras imágenes a la que los medios de comunicación nos han sometido estos días, me quedo con un artículo de Jacobo García.
Y con el rostro de un crío de ojos esperanzados.

Y con el rostro de un crío de ojos esperanzados.
Hace unos días , haciendo zapping una aburrida tarde de vacaciones, me encontré viendo por televisión un reportaje sobre la vida y obra de Annie Leibovitz. No conocía mucho de la obra de esta famosísima fotógrafa. Tan sólo que la llaman la fotógrafa de las estrellas, y que ha firmado algunas de sus fotografías más famosas de los últimos tiempos, como la de John Lennon abrazando a Yoko Ono o la de Demi Moore desnuda en los últimos días de su embarazo. Como veis no era mucho, y el inicio del documental tampoco prometía horrores, pues consistía en una ristra de personajes aún más famosos que ella cantándole todas las virtudes. Más bien parecía que se soltaban un discurso bien aprendido delante de la cámara de (¡oh casualidad!), la hermana de la fotógrafa, la directora del documental. Y es que precisamente la imagen que yo tenía de Annie Leibovitz (sin saber bien porqué) era la de alguien encumbrando por la élite artística de quien todo el mundo acepta la genialidad de su trabajo sólo por ser quién es.Pero no.
Annie tiene un don. Sus fotografías, de las que el documental se servía continuamente, intercalándolas con entrevistas y tomas sobre un reportaje fotográfico que Annie realizaba en la actualidad, eran auténticas joyas. Sobre todo las imágenes de su primera época en Rolling Stone, en las cuales sabía captar la esencia de un montón de estrellas del rock que aparecían desnudos de alma delante de su objetivo. ¿Su secreto? Decían que era pasar desapercibida y estar todo el día tomando fotografías, hasta que los sujetos de sus fotos olvidaban que ella estaba allí.
Pero lo que más caló en mí de todo el reportaje era las pistas que nos daba de su relación con Susan Sontag. Susan siempre empujó a Annie a que su trabajo tomase un rumbo, digamos, menos frívolo. Y, viendo las imágenes de Annie y escuchando las palabras que los que las conocieron a ellas dos juntas les dedicaban, supe porqué. Susan, sin duda, entendió que Annie tenía este don. Y saber de la naturaleza de su relación, con Susan impeliendo a Annie a ser mejor, a encontrar su camino, daba al reportaje y a la figura de Annie otra dimensión, y te ayudaba a ver sus obras con otros ojos.
La he dibujado a ella, a Annie, la que siempre se encuentra detrás del objetivo. Ella, quien decía que después de tantos años tomando fotografías, sentía a veces que no había vivido realmente, pues tan sólo había retratado las vidas de los demás.
Hace unos días nos dejó Mario Benedetti. Este fin de semana he buscado un dibujo que hice de él, hace ya unos años, para incluirlo en un post-homenaje junto con uno de sus poemas.
Si guardas en tu puesto, la cabeza tranquila,
Hoy se cumplen 70 años de la Kristallnacht (noche de cristal en alemán; conocida aquí como la noche de los cristales rotos). La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 el gobierno nazi orquestó en Alemania y Austria una supuesta revuelta popular contra los ciudadanos y negocios judíos. Todo se debió al asesinato de un diplomático alemán en Paris por un joven judío que había estado intentando llamar su atención frente a las deplorables condiciones de deportación que miles de judíos alemanes estaban sufriendo, incluida su familia. Aunque hoy hay pruebas que el gobierno de Hitler estaba esperando un acontecimiento favorable para hacer estallar una revuelta organizada contra los judíos. Historiadores posteriores calculan que el 80% de los alborotadores eran miembros del partido nazi y miembros de las SS disfrazados de obreros, lo que da una idea de la orquestación tramada (por si los posteriores acontecimientos no fueran suficiente prueba).
Estos días he estado releyendo “El extranjero”, la conocida breve novela de 1942 de Albert Camus. Lo he hecho por recomendación de la profesora de un curso de literatura al que asisto, no por motivación propia. Es curioso empezar a leer una novela con desgana y al volver a oír una voz lejana, como de un viejo conocido, que discurre a través de las páginas, recordar porqué no hubieses vuelto a ella si no te lo hubiesen pedido. Camus, no sólo en “el extranjero” pero muy especialmente en ese libro, me producía una sensación agridulce. Lo leí en mi adolescencia y me sentí azorada por el sentimiento de lo absurdo, de la falta de ética, de la aplastante realidad sin trascendencia que gobierna la vida del personaje. Claro que entonces, cuando lo leí, yo era muy joven y tenía pensada para mí una vida llena de ideales y máximas morales.