Thursday 29 May 2008

Irena Sendler

Con menos de una semana se han producido las muertes de dos mujeres a las que humildemente me gustaría dedicar unas líneas y un dibujo. Dos mujeres diferentes, de países y épocas históricas diferentes, y dos muertes, al fin, también diferentes.
Son Irena Sendler y Merçè Sala. La primera murió a los 98 años, la segunda de forma mucho más prematura, con 65. Este primer post está dedicado a Irena, a la cual he dibujado con ternura y con todo el respeto del que he sido capaz.

Irena Sendler murió en el asilo polaco donde vivía, después de salvar a más de 2.500 niños judíos durante la segunda guerra mundial y de vivir una vida sin notoriedad pública bajo el régimen comunista. Irónicamente, fue un grupo de estudiantes americanos los que descubrieron su historia, ya caído el telón de acero, y su valentía junto con algunos detalles muy apropiados para el show business han hecho que Hollywood prepare una película sobre su vida: Fue descubierta, condenada a muerte y salvada cuando era conducida al patíbulo por un oficial nazi unido a la resistencia polaca. Me pregunto hasta que punto detalles como ése han influido en la decisión de trasladar su historia al cine.

A veces, deslumbrada por las historias de coraje que me llegan entre líneas dedicadas a los conflictos bélicos de este siglo, me he planteado si la valentía se alimenta de las dificultades de los tiempos que te toca vivir. En una sociedad descafeinada es muy difícil ser un héroe. Pero sin duda mi afirmación es injusta, puesto que durante los pasados conflictos fueron muchos los que traicionaron sus creencias y salvaguardaron lo que pudieron entre los pedazos de una vida rota, y pocos los que arriesgaron su vida por hacer lo que creían justo. Ella fue uno de ellos.

Irena trabajó como enfermera en el gueto polaco de Varsovia, y sacaba a los niños para alojarlos en casas de familias católicas. Visité hace ya años el barrio que se levanta donde estuvo el gueto, un barrio que es memoria viva de los horrores del holocausto, donde cada piedra parece no querer desprenderse de un halo de perversidad que aún impregna la atmósfera, enrareciendo el humor de los pocos visitantes que pasean por sus calles. No sé si habrá cambiado, pero en la Varsovia que yo visité, 50 años después del holocausto, la memoria del horror estaba aún muy presente.

Me embarga una extraña ternura al ver las últimas fotografías de Irena, con el pelo blanquísimo y una sonrisa permanente. Parece el rostro de una persona afable y en paz. Me gustaría adivinar como veía su vida en retrospectiva, pero tan solo puedo mirar sus ojos vivaces en las fotografías y recordar que, cuando se la calificaba de heroína, se enfadaba. Según ella, tan solo había hecho lo que le habían enseñado, ayudar a quien lo necesitaba. Y así he dibujado a Irena, sus ojos emanando luz y la sonrisa dibujada en sus labios.

Saturday 17 May 2008

Los niños de Morelia

Esta semana fuí a ver la obra de teatro “Los niños de Morelia”, en la pequeña Sala Muntaner. Se trata de una obra realizada conjuntamente por la compañía de teatro catalán "la Jarra Azul" y la mexicana "Conjuro Teatro", y escrita por Victor Hugo Rascón Banda, dramaturgo mexicano autor de más de 54 obras de teatro.

Cinco actores, tres mujeres y dos hombres, nos relatan la historia de los niños exiliados de la guerra civil española que fueron a parar a la ciudad de Morelia, en Mexico.

La obra hilvana escenas cargadas de significados que retratan el drama del exilio en la piel de los más jóvenes. La actuación de los cinco actores es soberbia. No es fácil representar el papel de niños y de adultos, a veces alternándolos de tal forma que tan sólo su discurso permite saber, después de unos segundos, que han cambiado de papel. Muy impactantes son los monólogos, especialmente los que al final de la obra nos explican la vuelta a España de unos actores-adultos para encontrar un país que ya no es suyo, o que no lo es como ellos quisieran que lo fuera.

Son varias las escenas en que los actores se mueven en un absoluto silencio. Cantan, se pelean, mueven los labios e incluso vomitan. Es un recurso que he visto más comúnmente en el cine, donde muchas veces se retratan escenas en silencio, o donde los diálogos enmudecen para dar protagonismo a la banda sonora. En esta obra los altavoces no emiten música en ningún momento, y sin embargo ésta juega un papel importante. Los actores-niños cantan canciones de la España Republicana en varias ocasiones, y estas proclamas revolucionarias resuenan como ecos de una quimera perdida de los que ellos son náufragos.

Cuando los niños duermen se retuercen en formas inverosímiles, las formas de sus sueños envenenados de aviones negros y cartas que dejan de llegar. Cuando juegan se ríen de cuál diferente es la forma de hablar de los mexicanos, aprendiendo poco a poco que ya nunca más serán totalmente españoles, pero tampoco llegarán a sentirse del todo mexicanos.

A cada escena, los actores van dejando objetos en una franja de arena blanca delante del escenario, con lo que al final de la obra descansan sobre la arena viejas pelotas de fútbol, cubos de agua, vasos de leche o aviones de papel.

Sin duda acertadísimo el discurso final, donde los actores declaman que fueron utilizados por todos. Republicanos y franquistas los utilizaron como mera propaganda, como hizo igualmente el gobierno mexicano. Las instituciones religiosas mexicanas los usaron como fuente de financiación, y muchos exiliados españoles como mano de obra barata.

Wednesday 14 May 2008

Conferencia “El universo femenino de Mo Yan”

Hoy he asistido a una conferencia sobre “el universo femenino de Mo Yan”, con la asistencia del propio autor en la Casa Asia de Barcelona. Era la primera vez que visitaba la Casa Asia, y he sido gratamente sorprendida por el edificio. Se trata del Palau Baró de Quadras, obra del modernista Puig i Cadafalch, en la Avenida Diagonal.
El auditorio Tagore estaba lleno e incluso había gente que ha escuchado al autor de pie. Mo Yan hablaba en chino, así que el traductor era imprescindible. Tan sólo unos cuantos chinos asentían con las observaciones del “Maestro” (como los responsables de Casa Asia y de la editorial Kailas, que ha publicado “Las Baladas del Ajo” le han definido) justo antes de que los demás entendiésemos de qué hablaba.
Mo Yan es un pseudónimo que significa “No hablar”. El autor nos ha contado que lo utiliza porque durante muchos años fue consciente que en China, cuanto más callado estuvieras, mejor. Además antes de los 5 años, en el ambiente rural en el que nació, el escritor casi no tenía a nadie con quien hablar. Y después de los 5, se despertaron en él unas ansias de comunicarse tan grandes que sus padres se asustaron. Por lo visto le recordaban continuamente la prudencia del silencio.
Una afirmación sorprendente fue que escribió “las baladas del ajo” en 35 días. “Grandes pechos, amplias caderas”, en menos de 3 meses. Pero las dejó madurar durante años. En algún momento siente la chispa que enciende el fuego de la creación, algún episodio particular que desencadena la escritura de la novela, y entonces escribe. Decía jocosamente que de los 30 años de carrera como escritor, quizás había estado escribiendo tan sólo 3.
También me ha llamado la atención que mencionase la falta de alimento como el principal problema al que veía enfrentarse la humanidad. La hambruna es la peor experiencia que se puede dar, decía. Y sin duda, viniendo de una persona nacida el 1955 en China, justo antes del Gran Salto Adelante, es una opinión a tener muy en cuenta.
Cuando ha llegado el turno de preguntas (muy breve, tan sólo quedaban 5 minutos), un hombre ya mayor ha preguntado algo que mucha gente en el auditorio temía que alguien preguntara. Aunque no tenía nada ver con el tema de la conferencia (el universo femenino del escritor), la pregunta ha versado sobre la cuestión del Tibet: independiente o integrado en China? Se han oído protestas en el público y signos de desprecio – “qué hace este hombre preguntando esto? - No viene al caso…- Desde luego…”. Mo Yan ha contestado y el traductor no lo ha traducido. El centenar de personas congregadas allí levantaron la voz de repente y miraron a todos lados para denunciar que no se traducía … Los mismos que antes habían reprobado la pregunta, ahora se agitaban inquietos en las sillas para saber qué dijo. De repente, dos chicas de rasgos asiáticos (seguramente chinas) aplaudieron con fervor las palabras de Mo Yan. Su reacción no hizo sino avivar el interés de los demás en lo que el autor había dicho. Quedaba claro que su respuesta no habia sido esquiva. Los enérgicos aplausos denotaban que había tomado partido. Pero que había dicho? Más tarde oí rumorear en la cola para devolver los aparatos de traducción automática que Mo Yan había respondido “un país unido está en paz”. La actitud del público fue, sí, un poco snob. Estábamos allí para oír de literatura pero el morbo de saber qué opinaba el autor nos pudo. Yo, aunque me cueste admitirlo, también pregunté, curiosa, para saber qué palabras no se habían traducido.